Cuando David Aznar se puso en contacto conmigo, pensé que Vegetal Jam iba a acercarse a mi ciudad, o que a lo mejor querían emplear en algo un dibujito a tinta que les había hecho hace algún tiempo, así que la propuesta para poner la imagen a la undécima edición de Crisol de Cuerda me pilló del todo desprevenida. Para mi familia, este agosto tendrá lugar la séptima cita con el campamento musical liderado por Alasdair Fraser y Natalie Haas, uno de los varios que componen su programa anual de cursos y talleres. Sí, no hace falta desplazarse a California, Australia o Escocia: basta con acercarse a Arlanzón (Burgos) para disfrutar de una experiencia única de aprendizaje e intercambio vital y musical, o, como en mi caso, de escucha gozosa, con algunos de los mejores del panorama internacional del folk.
El entusiasmo se debía a varias razones: Crisol es un espacio real y afectivo que ha acompañado el crecimiento personal y musical de mi hijo menor y, además, me encanta la música pero también dibujar músicos, en directo y en diferido ;). Sin embargo, he decir con toda sinceridad que, a pesar de haber abocetado ya en ocasiones también a quienes participan en este encuentro, nunca se me había pasado por la cabeza la posibilidad de plasmar la imagen de una de las ediciones. En fin, que la invitación fue una sorpresa y también, como se verá enseguida, un reto.
El tema de esta edición de 2018 iba a ser “Alquimia” y las indicaciones, aunque muy generales y, por tanto, generosas, me aterrorizaron. Sí, el encargo era un auténtico desafío: primero, porque el listón de los años anteriores estaba muy alto y, segundo, porque mis predecesores se habían ajustado como un guante a esas indicaciones generales: imaginativo, bucólico, fantástico (glups) y… ¡con color! (arrrrrggg). El soponcio se entiende porque, vale, alguna vez hago cosillas imaginativas –pero sin pasarme- y a menudo dibujo músicos, pero justamente en este tema me suelo apañar con el blanco y negro; como mucho, alguna nota esporádica de color (ya se ha visto aquí y aquí).
Pero como soy una optimista natural, y una fan absoluta e incondicional de Crisol, tenía que hacerlo.
La cuestión del color era para mí lo más complicado, así que opté por una técnica mixta de dibujo a lápiz y color digital, un procedimiento que me permitiría hacer cambios tanto en la composición como en la paleta general o los detalles, porque me sentía realmente insegura en cuanto a mis posibilidades de ajustarme a las expectativas. [Ay, qué haría yo ahora sin el bendito Photoshop, y eso que lo manejo como una cuasianalfabeta digital; en buena hora me inscribí en el curso de técnica mixta de Natalí Sejuro en la escuela de ilustración de Marián Lario].
En primer lugar, planteé un par de bocetos; digamos que uno de "enfoque micro" y otro de "enfoque macro": la alquimia produciéndose dentro de un alambique cristalino o lo mismo pero creándose desde fuera, en una escena en que también participase la naturaleza: en cualquier caso, buscaba reflejar la confluencia de estilos e inspiraciones, la interacción personal y con el entorno para crear o componer algo nuevo.
La segunda fue la opción elegida por el equipo, así que a partir del boceto, volví a la documentación: músicos e instrumentos, pipetas, redomas, crisoles y alambiques; y de ahí, a dibujar a lápiz los diferentes elementos por separado. Recorté algunas figuras para hacer pruebas manuales antes de pasar a la composición digital.
Y llegaba el temido momento del color, porque yo soy fundamentalmente de blanco y negro, como mucho de neutros, y Crisol en agosto es LUZ. Confieso que comencé con tonos más vivos y saturados en los protagonistas, pero iba apagándolos en versiones sucesivas, y hasta probé a convertir la escena en nocturna, de manera que destacara más la melodía que destilan los árboles e instrumentos (me encantan estos poderes demiúrgicos que confiere el Potochof), pero, finalmente, tras varias pruebas de fondos en distintos tonos –que llevaron a algunos otros cambios-, acordamos irnos a este, sobre el que ya hice los últimos ajustes.
En el pintado digital suelo emplear pinceles propios, con los que me siento más cómoda que con los que el programa trae por defecto.
Y un inciso importante: por si lo del color no fuera suficiente zozobra, me tocó convivir en esta fase de trabajo digital -eran vacaciones- con el lijador del suelo del salón, cuya máquina tenía un cable estropeado y si los plomos no saltaron cincuenta veces no saltaron ninguna. Qué fue aquello… NUNCA MÁAAAASSSS.
En fin; se fue finalmente el señor lijador –qué bonito suelo, eso sí- y yo, siguiendo mis tendencias mortecinas, aún iba oscureciendo el asunto, probando con algo de atmósfera que hiciera destacar la luz que emergía del caldero y las redomas, pero Andrés Ferrando, que se encargaba del resto del diseño, lo veía demasiado oscuro, y... tenía razón, así que ganó la versión más luminosa. Él se ocupó, además, de la composición del texto y el conjunto quedó así en el roll up del stand de Crisol en el Barcelona Fiddle Congress, que coincidió con el inicio de las inscripciones en esta aldea musical.
Confío en que el resultado pueda dar cuenta, siquiera aproximadamente, de algunos de los filtros que se cuecen en Crisol de cuerda: una experiencia intercultural e intergeneracional, donde se hace patente la riqueza de la diversidad en edades, estilos, trayectos vitales, lenguas y pareceres que, como en un crisol, se funden en una melodía que, siendo tradicional, no deja de ser creación innovadora; siendo colectiva y unitaria, no solo mantiene vivos sino que potencia los tintes personales.
Y sí, entiendo la curiosidad, así que no terminemos sin una mirada a un poco de lo que fue la edición del décimo aniversario, "Raíces", aquí.