En la última semana de 2016 se materializó un proyecto que llegó a mis manos con el comienzo de 2017, en su primera reimpresión.
Se trata de una idea de José A. González, que es también el editor en Ediciones Flamantes de este librito sobre un texto extraído de su blog Hambre, uno de los contenedores virtuales de su obra artística, que es amplia y diversa: engloba artes plásticas (mosaico e ilustración), además de videotextos y, por supuesto, poesía.
El texto, esta vez en prosa, retrataba a una mujer a la que "se le ven capas y capas del barniz que le deja la costumbre de caer derrotada ante sí misma"; una mujer vivida, a veces malvivida, encaramada en una pose -¿estética?, ¿intelectual?, ¿vital?, ¿una combinación de todas ellas?- que no le permite dejarse querer con sencillez, encarar la vida en su maravillosa simpleza. Conozco algunas así. Probablemente haya hombres también así. No lo sé bien (me doy cuenta de que conozco más mujeres en profundidad, será cosa de mi generación). En fin, así interpreto yo -porque La niña rancia es un texto que tiene el encanto de las puertas entreabiertas- a esta mujer; la imagino próxima en edad y en escenarios, cansada y poco accesible, pero queriendo aún, en su fuero interno, ser allanada.
"[...] ya le pintaría yo una sonrisa desvaída como mínimo, aunque sea con el agua sucia de otros cuadros", dice la voz del texto. Y yo no me resisto a las metáforas que se prolongan como esa o un poquito más. Ni a la puntuación alterada, ni a los dativos de interés, ni a la mixtura del coloquialismo crudo con el sintagma culterano. Eso lo intuyó José cuando me ofreció poner en tinta toda esa prevención y a la vez todas esas ganas de ceder al asedio.
El resultado es un librito de dieciséis páginas, bellamente maquetado en papel también bello, facsímil del texto autógrafo en edición numerada a mano, con siete ilustraciones que partieron de aquí:
Bruce Davidson, Brooklyn Gang, New York, 1959.
Yo recordaba haber dibujado un detalle de esta fotografía de Bruce Davidson, donde me había llamado la atención esta joven de aire prematuramente envejecido, de gesto un poco adusto, sola, esperando a alguien que la merezca -piensa ella, imagino yo-, mientras la vida sucede a su alrededor. A lo mejor solo era una chica mordiéndose las uñas, esperando que su novio le trajera una cocacola o volviera del lavabo allá por 1959, qué sé yo... pero para eso están los fotogramas sueltos, para que cada cual los ponga en un contexto si le pillan en un rato soñador.
Yo me apropié de ese gesto para La niña rancia, y le puse otra cara, otro cuerpo, los pies doloridos, las manos temblorosas. Y dibujé una flor de geranio; todo tiene su porqué.
Brilla un poquito la tinta negra sobre el blanco mate del papel, y La niña rancia pone brillos también en la grisura de este enero.
José A. González, La niña rancia, Ediciones Flamantes, Coín, 2016.