Me cuesta un poco recordar con exactitud los pormenores del nacimiento de este libro, gestado en 2014. Al mismo tiempo, es muy difícil olvidar del todo la creación de mi primer álbum ilustrado, el inicio de todo lo que vino después. Como ya adelantaba en un post anterior, este trabajo fue mi primer acercamiento a este tipo de libro desde el punto de vista de la creación, y lo acometí desde el puro deseo de disfrutar aprendiendo y con apenas nociones de ilustración, del género o de lo que suele denominarse literatura infantil.
Ya he comentado en alguna ocasión que retomé el dibujo y me acerqué a la ilustración en un momento de cierto agotamiento, buscando reencontrarme con una actividad manual y familiar para mí, aunque ya muy distante en el tiempo. El deseo había surgido también de la mesa compartida en las tareas familiares, cuando yo me sumía en mis papeles y mis hijos, a mi lado o frente a mí, dibujaban o completaban sus cuadernos. Yo los observaba disfrutar con ello, y también quería hacer.
No tenía, pues, un deseo primario de escribir, sino de dibujar, y desde ahí, la vuelta a contar fue un proceso natural, aunque inesperado para mí. Por eso, al comenzar el curso con Marián Lario carecía de un proyecto concreto y me quise centrar en un tema personal y sencillo: mi querencia por el otoño, bajo el que en realidad fluía la cuestión del paso del tiempo, que también volvería a reflejarse en Cuando mamá llevaba trenzas (bookolia, 2018). Y, además, todo parecía pedirlo, pues estábamos justamente en el cambio de estación.
Puesto que ya escribí una entrada acerca del contenido del libro (aquí) y me gusta conocer los procesos de creación de otros autores , me centraré ahora en el desarrollo de este álbum, en el que me limité a seguir muy disciplinadamente las fases pautadas por Marián para dotar de cierto hilo conductor a esta serie de sensaciones y escenas otoñales en las que había decidido centrarme.
Comencé por la selección de escenas y algunos bocetos, que me condujeron luego a las palabras. De hecho, hubo un primer intento formal diferente en cuanto al texto: una versión en frases nominales que tal vez resultaba demasiado conceptual o, por ello precisamente, demasiado adulta, así que, bajo la batuta de la profesora, que me lo sugirió, di una forma más narrativa al discurso que acompaña las imágenes -siempre a partir de estas-, que oscila ambiguamente entre un posible narrador en tercera y la voz en primera persona, preponderante.
Desde el punto de vista de la forma, una primera aproximación a la ilustración, en el curso de composición de la misma Marián me había llevado a comprender que, si bien podía ser capaz de estilos diferentes, sentía que solo uno de ellos me era propio, así que mantuve una línea realista y un trazo naturales en mí.
Los primeros bocetos de personaje y entornos fueron, pues, con lápiz blando, y para ellos tomé como modelo a mi sobrina Martina, la hermana pequeña de la que al año siguiente sería mi álter ego en las trenzas, Candela.
Para el ambiente simplemente miré a mi alrededor; estábamos precisamente en otoño, y tomé apuntes de mi calle, de algunos elementos de la naturaleza, y realicé diferentes fotografías en nuestros paseos por la Valdorba o en mis trayectos en la ciudad.
Y mientras daba vueltas a lo que sería el texto definitivo, siempre siguiendo las pautas del curso de álbum, fijé algunas escenas y cierto orden, como puede verse aquí, aunque compruebo ahora que lo hice en vertical y no puedo evitar una sonrisa al pensar en que si ahora no me considero experta, en aquel momento no sabía nada ;). Con todo, de esas primeras intuiciones, suele salvarse gran parte y veo que de estas escenas, todas se han mantenido en la versión final, aunque varias se hayan depurado o replanteado -también alterado en su orden-, y en esta revisión hay mucho que agradecer a las observaciones de Marián en relación con la composición (2, 5, 8, 9) , pero también en la apreciación general de que, en un caso como este, precisamente el texto debía ser algo más que esas primeras frases nominales, puesto que desempeñaría el papel de trabazón entre la serie de instantáneas personales. Su consejo fue mantener el tono poético, pero desplegar lo que las imágenes y los momentos que quería representar me decían, siempre de manera complementaria.
Por entonces dibujaba a menudo con carboncillo en el taller de Lola Azparren, Bidari, un material que me gusta mucho por la rapidez con que pueden obtenerse resultados contrastados con un trazo ligero, y había hecho trabajos en papel kraft o en fondo de color. En cambio, no había abierto aún nunca un programa digital, y para no liarme simplemente comencé las dobles páginas en un tamaño que consideraba real –algo mayor que el del libro final- y en un fondo de varios colores cálidos, relacionados con la paleta otoñal. No tenía en mente la posibilidad de publicar este proyecto, así que no pensé en que luego daría ciertos problemas para su digitalización, pues por tamaño no cabía en escáner A3 y por técnica no podía pasar por escáner de rodillos. Gajes de principiante. Decidía también, paralelamente, sobre el color, que consistiría en algunos toques en pastel añadidos al dibujo . Ese fondo del papel aseguraba la base cálida del otoño, de manera que podían incluirse algunos fríos, según lo pidieran las escenas.
La revisión y la consiguiente reflexión me llevó a añadir dos nuevas dobles páginas, y el storyboard definitivo se convirtió en este:
Los cambios fueron escasos: 5 se simplificó ya en 2014 de manera que fuera menos “familia Trapp” que la versión del storyboard; el regreso a casa en 3 se invirtió, según ciertas convenciones sobre la doble página que revisé, mucho más tarde, en Irudika 2018, en un taller fantástico con Anna Castagnoli, y para 14 elegí la primera opción (14a) después de ver publicada alguna ilustración con parecido motivo que 14b. No daré muchos más detalles sobre cuáles son las ocho ilustraciones que dejé terminadas con el curso entonces y cuáles son las que dibujé el otoño-invierno de 2019, después de que fijáramos la fecha de entrega para bookolia. Temía abordar después de tanto tiempo este álbum, tal vez el trazo pudiera haber cambiado…, pero fue retomar el carboncillo y volver a sentirme en un lugar cómodo y seguro.
En el texto apenas se ha producido variación con respecto al proyecto de entonces -modifiqué un sustantivo de la página final- pero sí que tuve que decidir en esta última etapa sobre las guardas, la página de créditos y algo crucial, la cubierta del libro. Había esbozado ya algunas ideas en la primera etapa, incluso algo para la portada:
Quien conozca el resultado final, comprobará que algunos de estos elementos se han salvado también, pero se han redistribuido, de manera que no figuran en las guardas, aunque sí en el álbum, y otros, la mayor parte, han desaparecido en favor de otras soluciones.
Debo a Eugenio Zúñiga la digitalización, a partir de sus fotografías -recomiendo visitar su obra artística aquí- de los originales. La vida da muchas vueltas: él había sido el encargado por el Archivo Municipal de fotografiar los originales del documento de mi tesis (fechados en 1423) allá por 1991, y mucho después volvimos a coincidir por nuestros hijos, compañeros de curso, de orquestas y campamentos, buenos amigos. Gracias, Eugenio, por facilitarme la vida en dos ocasiones con tu cámara;)
Finalmente, el libro se ha enriquecido con la maquetación de Luis Larraza, que también se ha ocupado de un último ajuste del color a la luz de los originales, que le envié para satisfacer su celo profesional, pues quería asegurarse de contrastar pruebas de imprenta y dibujos. Suyo también es el color final de las guardas, con el que estuve de acuerdo nada más verlo -el que yo proponía era, cómo no, menos vivo-. También sugirió la modificación del título, que pasó de Días de otoño a Tiempo de otoño. Es un placer hacer libros cuando acompaña la mirada de un buen editor, que requiere, propone y escucha: el diálogo en torno a los distintos componentes del álbum es un acicate y un factor esencial, a mi modo de ver, en los procesos. A él, a Marián y a los compañeros con quienes contrasto mis avances o retrocesos -ellos saben quiénes son-, gracias por la crítica constructiva y la paciencia con esta profe metida en parajes nuevos, con sus manías ya fraguadas en el camino recorrido en otras lides y su bagaje aún ligero en esta otra senda a la que la han conducido, sin darse apenas cuenta, sus ganas de volver a hacer trazos sobre el papel.
Al igual que sucedió hace dos años, había terminado prácticamente de redactar esta entrada sobre el proceso del álbum, cuando recibimos la alegría, de nuevo inesperada, del Premio Fundación Cuatrogatos 2021 para Tiempo de otoño. Estas son las palabras con que el jurado describe este álbum ilustrado:
Las tonalidades, los olores, el viento, la gente, el ritmo de la vida: todo anuncia la llegada de una nueva estación del año a los pueblos y los campos. De la mano de una niña, nos adentramos en “el ritmo rojizo, el espacio cálido, el tono lento del otoño”. Con su prosa poética y sus ilustraciones a carboncillo y pastel, esta obra nos invita, delicada y sabiamente, a percibir detalles mínimos que revelan el paso discreto y silencioso del tiempo. El arte de atrapar instantes de lo cotidiano y de compartirlos desde las páginas de un libro.
Y en verdad siento que Tiempo de otoño retiene en sus páginas momentos preciosos vividos con intensidad, y por lo mismo recordados también intensamente. Quiero pensar que es eso lo que conecta mi memoria personal con la experiencia de los lectores, pues a todos se nos da esa posibilidad de percibir, en la experiencia o en el recuerdo, la maravilla de lo sencillo, el milagro de lo cotidiano.